sábado, 27 de diciembre de 2008

¿USTEDES, MIS CHOLOS, CONTRA MÍ?



¿USTEDES, MIS CHOLOS, CONTRA MÍ?[1]
Edgar Chalco Pacheco[2]
Transcurría el mes de diciembre de 1828, cuando el presidente La Mar al mando de tropas peruanas, se interna en tierras colombianas, y el enfrentamiento bélico es inevitable, siendo adverso el desenlace, pues Sucre salió victorioso, y como consecuencia perdiose definitivamente Guayaquil.
Después de la consolidación de la independencia política en Ayacucho, Bolívar ha considerado acertado, nombrar al general cusqueño Agustín Gamarra como Prefecto del Cusco, 1825, Agustín y doña Francisca se encontraban establecidos en la capital de los Incas. Este cargo no fue removido por el Presidente La Mar.
En los meses siguientes en 1829, La Fuente, derroca al Vicepresidente Manuel Salazar y Baquíjano en Lima. Y para combatir en el norte Gamarra deja a su mujer en la ciudad imperial. La prefectura a no dudarlo quedará magníficamente cubierta.
Cuéntase que una noche, “la Prefecta” es informada que se ha sublevado un cuartel, las razones son nimias, la tropa está impaga y el hambre es pésimo consejero. Al conocer los detalles del motín, se levanta de inmediato, toma su cabalgadura y, dícese, vestida con uniforme militar se presentó en el cuartel de los rebeldes.
Ingresa bruscamente, con un látigo en la mano y una bolsa de dinero en la otra. Se dirige a los cabecillas, sus antiguos compañeros del ataque al pueblo boliviano de Paria, y les increpa:
“-¿Cómo? ¿Ustedes mis cholos, contra mí?”
Los sublevados quedan paralizados. Luego balbucean las explicaciones del casop y en pocos momentos el movimiento queda sofocado. Doña pancha dejará la bolsa de monedas sobre la mesa y luego partirá[3].
Esta expresión corresponde a un periodo de la historia del Perú, son años donde no se hablaba de “feminismos”, no podría imaginarse las categorías de “género”, pero que el actuar de una mujer “de pantalones”, fue protagonista de la vida política en los años iniciales de la joven república.
Mujer que ganó fama de bravía al acompañar a su marido en dos expediciones al Alto Perú en 1828 y pudo adaptarse a la rudeza de la vida militar, ella mostró inclusive don de mando. En 1829 cuando Gamarra llega al gobierno del Perú, luego de deponer al mariscal José de La Mar, obtuvo el grado de mariscal, y doña Francisca recibió el apodo de “La Mariscala”. Luego de que Gamarra partiera al sur con el fin de afrontar un conflicto militar con Bolivia, su vicepresidente La Fuente intentó dar un golpe de Estado, pero fue descubierto, debelado y convertido en rotunda victoria política gamarrista por acción de La Mariscala.
Cuenta el viajero estadounidense Ruschenberger (1832) que "la presidenta, como es ella llamada (...), dispara la pistola con gran precisión en el tiro, maneja la espada con mucha agilidad y es un arriesgado e intrépido jinete". Se hizo fama de mujer soberbia e intolerante, tras ordenar que un piquete de soldados apalease al editor de El telégrafo de Lima, Juan Calorio, conocido opositor, el 26 de noviembre de 1832. Como testimonia el cronista viajero francés De Sartiges (1833), la propia Mariscala se encargó de azotar, durante un sarao en palacio de Gobierno, a un oficial edecán que se jactaba de haber merecido sus favores.
El 28 de enero de 1834, Gamarra intentó perpetuarse en el poder desafiando al Presidente electo por la Convención Nacional, Luis José Orbegoso y Moncada, pero tuvo un serio revés al ser cercado en Palacio de Gobierno por las tropas adversarias. Providencialmente, fue salvado por la llegada de tropas procedentes del Callao al mando de La Mariscala, que rescataron al caudillo y lo condujeron hacia Arequipa. Sin embargo, allí los gamarristas tuvieron que hacer frente a una revuelta militar a favor de Orbegoso, cuyo cruento resultado excitó la ira popular. El mariscal pudo huir desordenadamente hacia Bolivia, pero doña Francisca tuvo que ser protegida del populacho por las autoridades arequipeñas y también marchó al destierro.
Perdido el poder de antaño, camino al exilio, conoció en junio de 1834, en el Callao, a la escritora Flora Tristán, quien rememoró el encuentro en sus "Peregrinaciones de una paria" (1838). Allí trazó el siguiente retrato de La Mariscala:
"Era de mediana talla y fuertemente constituida, a pesar de haber sido muy delgada; su figura no era en verdad bella, pero, si se juzgaba por el efecto que producía en todo el mundo, sobrepasaba a la mejor belleza. Como Napoleón, el imperio de su belleza estaba en su mirada, cuánta fuerza, cuánto orgullo y penetración; con aquel ascendiente irresistible ella imponía el respeto, encadenaba las voluntades, cautivaba la admiración.. Su voz tenía un "sonido sordo, duro, imperativo". Flora Tristán, "Peregrinaciones de una paria"[4]
El destino de ese viaje de La Mariscala era Valparaíso, donde la legendaria mujer murió pobre y enferma de tuberculosis, el 8 de mayo de 1835.
El sabor del poder.
Doña Francisca alcanzó el poder en 1825 a través de su alianza matrimonial con el general Agustín Gamarra (1785-1841), gobernando con mano dura todos sus intereses en las guerras civiles que se produjeron en Perú. Flora Tristán (1803-1844) la describió como una mujer que supo engañar, mentir, intrigar y poner en práctica todo lo vedado para conservarse en el primer lugar. Conocida también por los apelativos de: mujer “cruel” y “neurótica”, “Señora Prefecta”, “Mariscala” - por su capacidad de mando y decisión en más de una oportunidad, inclusive llegando a ser superior a la de su marido el general Gamarra -, “Presidenta del Perú”, “heroína de Piquiza” - cuando en 1828 se lanza al combate con sus tropas en la batalla contra Sucre en Bolivia -, “la Agripina peruana”, “marimacho” y “emperatriz”. Se la nombró también “Cleopatra” y “mujer fácil”, por los numerosos amantes que se le adjudicaron, entre ellos, el célebre libertador Simón Bolívar y cuya fama de Don Juan y galanteador circulaba constantemente por la sociedad de la época[5].
A Francisca Zubiaga le perturbaba de tal forma las habladurías de sus supuestos romances que, cuando los hombres le declaraban su amor, los rechazaba con desprecio y rabia, tal como cuenta Flora Tristán, entre las muchas historia que fue copilando sobre su forma de ser:
“¿Qué necesidad tengo de su amor? Son sus brazos los que necesito. Lleven sus suspiros, o sus palabras sentimentales y sus romanzas a las jóvenes. Yo no soy sensible sino a los suspiros del cañón, a las palabras del Congreso y a las exclamaciones del pueblo cuando paso por las calles” (Tristán, 1941:536).
La cuzqueña, fue comparada con “Cristina de Suecia”, por su aparente vida intersexual y su famoso aspecto varonil - al respecto pensamos que dicha opinión se deberá al único retrato que se tiene de ella vestida con la ropa militar - y con “Catalina la Grande” por su carácter. Para Ricardo Vegas García, ella entraría a la historia peruana por su vida aventurera y novelesca, comparándola con nombres tan notorios en la historia universal como “Isabel Tudor, María de Médicis, o de una gran Mademoiselle de Orleáns, la heroína de la Fronda, de una Catalina Sforza, la heroica madre de Juan de las Bandas Negras, enemiga implacable de César Borgia” (Vega García, 2001:36). No hay duda que conoció los halagos del poder, las críticas calumniadoras del pueblo y de la sociedad limeña, tal como las amarguras del exilio, como iremos retratando en este estudio[6].
Seis por seis son treinta y seis
Doña Francisca Zubiaga, mujer que pusiera a los limeños las peras a cuarto. Si la virreina logró organizar expediciones bélicas contra los piratas, doña Francisca en más de una ocasión supo vestir el uniforme de coronel de dragones y ponerse a la cabeza del ejército. La presidenta fue lo que se llama todo un hombre.
Parece que doña Francisca no aguantaba muchas pulgas; pues es fama que cuando la mostaza se le subía a las narices, repartía bofetones y chicotillazos entre los militares insubordinados, o hacía aplicar palizas de padre y muy señor mío, a los periodistas que osaban decir, ¡habrá desvergüenza!, en letras de molde: La mujer sólo manda en la cocina.
Pero si doña Francisca no sabía zurcir un calcetín, ni aderezar un guisado, ni dar paladeo al nene (que no lo tuvo), en cambio era hábil directora de política; y su marido, el presidente, seguía a cierra ojos las inspiraciones de ella.
A fines de 1833 hallábase reunida en Lima la Convención, convocada para dar sucesor a Gamarra, quien se interesaba en favor del general don Pedro Bermúdez. Doña Francisca manejaba los bártulos, y con tanta destreza, que el partido de oposición casi perdía la esperanza de sacar triunfante a su candidato, que era el general D. José Luis de Orbegoso. Ochenta y cinco diputados formaban la Convención, y doña Francisca decía sin embozo que contaba con cuarenta votos de barreta, o sea representantes palaciegos, a quienes ella daba la consigna u orden del día, amén de los diputados cubileteros, que no bajaban de doce.
Inútil es decir que el pueblo, como siempre sucede, simpatizaba con la oposición. Las limeñas sobre todo, por antagonismo con la Zubiaga, que era hija del Cuzco, hacían cruda guerra a Bermúdez, y trabajaban en favor de Orbegoso, que era un buen mozo a carta cabal. La moda era ser orbegosista. Los pueblos son puro espíritu de contradicción. Basta que el gobierno diga pan y caldo para que los gobernados se emberrechinen en sostener que las sopas indigestan. Por lo mismo que Gamarra era bermudista, el país tenía que ser orbegosista.
O hay lógica o no hay lógica. Hable la historia contemporánea.
Digresión aparte, llegó el viernes 20 de diciembre de 1833, día señalado por la Convención para elegir presidente provisorio; y desde que amaneció Dios, andaba la gente de política que no le llegaba la camisa al cuerpo; y palacio era un jubileo de entradas y salidas de diputados ministeriales; y el ejército estaba sobre las armas; y la oposición tenía conciliábulos en casa de Luna-Pizarro y de Vigil; y la ciudad, en fin, era un hervidero, un panal de abejas alborotadas.
A las dos de la tarde, hora en que precisamente estaban los diputados haciendo la elección, asomose doña Francisca al balcón de palacio fronterizo al arco del Puente, donde en un tiempo se leía en letras de relieve: Dios y el Rey, leyenda que habría sido más democrática reemplazar con esta otra: Dios y la Ley. Pero es la cosa que a los presidentes se les haría cargo de conciencia tener a esa señora Ley tan cerca de palacio y expuesta a violación perpetua, y cata el por qué mandaron poner la acomodaticia y nada comprometedora inscripción que hoy existe: Dios y la Patria.

¡Bobalicones! Concertadme estas razones.
El gran Mariscal D. Agustín Gamarra

Respiraba doña Francisca la vespertina brisa, cuando en el atrio iglesia de los Desamparados presentose uno de esos buhoneros o vendedores ambulantes que pululan en todas las capitales. Era éste un pobre diablo, muy popular en Lima, que recorría la ciudad llevando un maletón, especie de arca de Noé por la variedad de artículos en él encerrados. Tenía nuestro hombre ribetes de consonantero, a juzgar por el siguiente pregón con que anunciaba la venta al menudeo.

«Ovillos de hilo y agujas,
para las niñas bonitas y las viejas brujas;
tinteros de cuerno y plumas de ganso,
para los que tienen genio manso;
tijeritas y alfileres,
para que corten y pinchen las mujeres;
pañuelos de pallacate y de hilo,
para sonarse hasta echar el quilo;
medias, cintas y botones,
para cabras y cabrones;
frascos de agua de Colonia»

para... muestra basta y sobra. Suprimo, por subidos de color, los demás versos del pregón. Viven y beben en Lima muchísimas personas que los saben de memoria. Ocurra a ellas el lector curioso.
Doña Francisca oyó, sonriéndose, toda la retahíla, hasta que el baratijero parose frente al balcón, y mirando a la presidenta (que, entre paréntesis sea dicho, era bellísima mujer) la dirigió, no una galantería, sino esta grosera copla:

«Seis veces seis treinta y seis.
Fuera de los nueve nada.
La cuenta queda ajustada.
Gran puerca, ya lo sabéis».

La señora se retiró del balcón murmurando: «Ya te ajustaré otra cuenta, canalla,» y añadió, dirigiéndose según unos al coronel Arrisueño y según otros a su mayordomo. «¡Seis por seis son treinta y seis! Pues que le den tres docenas».
Los criados de doña Francisca se apoderaron del insolente, lo llevaron al patio de palacio, lo ataron a un cañón o poste y le aplicaron treinta y seis bien sonados zurriagazos.
Pocos minutos después llegaba a Palacio el coronel Escudero, y lo participó a doña Francisca que Orbegoso acababa de ser proclamado presidente por cuarenta y siete votos.
Bermúdez sólo obtuvo treinta y seis votos.
El baratijero había ajustado bien la cuenta; pero no contó con que doña Francisca entendía la aritmética del zurriago[7].

[1] Es una frase que corresponde a: Francisca Zubiaga y Bernales, “Pancha Gamarra”, “la Prefecta”, “la Mariscala”, “la Presidenta”, (esposa de Agustín Gamarra, Prefecto del Cusco, durante el gobierno de Bolívar). Citado en la obra de Rizo Patrón Carlos.
[2] Dr. En Ciencias Sociales, Profesor Principal de Escuela Profesional de Historia. Actual Jefe del Departamento Académico de Historia Geografía y Antropología de la Universidad Nacional de San Agustín
[3] Rizo Patrón Carlos Neuhaus “Pancha Gamarra, la mariscala” Ed. Francisco Moncloa S.A. Lima 1967 pp.48-49. Nota el autor: es preciso advertir que esta anécdota no reposa en base documental alguna. Es producto de la tradición.
[4] http://es.wikipedia.org/wiki/Francisca_Zubiaga_y_Bernales
[5] Entre las habladurías incesantes de sus supuestos amantes, Bolívar fue el más conocido, aunque evidentemente no hay pruebas de ello.
[6] Costa Toscano, Ana Maria da Doña Francisca Gamarra más conocida como "la Mariscala" . http://www.gloobal.net/iepala/gloobal/fichas/ficha.php?entidad=Textos&id=912&opcion=documento
[7] Ricardo Palma “Seis por seis son treinta y seis” Tradiciones Peruanas, Quinta Serie.
http://es.wikisource.org/wiki/Seis_por_seis_son_treinta_y_seis